Llama
poderosamente la atención la problemática que suscitó Elena de Céspedes, como
el desarrollo de su vida social, su paso por el Tribunal Civil y del Santo
Oficio y la sentencia emitida por el último. De tal manera que nos encontramos,
traspasado el mediodía del siglo XVI, con un hermafrodita, que vive y
desarrolla una vida social plena en todos los aspectos y lo que es más llamativo,
conocida públicamente, que cuando fue denunciado lo fue primero por una promesa
de matrimonio no cumplida a mujer y por la denuncia del alcalde mayor de Ocaña
(ésta última decisiva en el proceso que se le instruyó por los tribunales
civiles, que lo trasvasarán a la Inquisición); se resuelve todo con una
sentencia de las que la sociedad actual no espera del Santo Oficio: diez
años practicando sus artes al servicio de la sociedad, en un hospital; no
quemado en la hoguera ni apartado de la sociedad como elemento pernicioso sino,
por el contrario, en medio de ella, prestándole sus servicios sanitarios
directamente. Algunos autores hablan de mofa y burla a las instituciones y la
moral de la época por parte de Elena de Céspedes, cosa que pensamos no sería el
caso y está fuera de todo lugar, fruto de los prejuicios actuales sobre la
Historia de España; la sociedad del momento no lo permitía y pocos estuvieron
dispuestos a jugar con los tribunales civiles ni con la Inquisición. La propia
declaración de Elena es tan elocuente y veraz como conmovedora. Tampoco estamos
de acuerdo con el tinte tenebrista que, aprovechando el episodio, se pretende
dar a la sociedad del momento, que también fue la del Renacimiento, cuando se
manifiesta que la delación era lo habitual y máxime cuando nos encontramos con
el caso Céspedes, que desarrolló como quiso su identidad sexual, con público
conocimiento de todos, a pesar de las limitaciones morales imperantes que, ante
una evidencia tal, quedaron inactivas[1];
y sólo fue a los cuarenta años cuando, efectivamente, por delación oficial, se
le instruyó proceso a una condición sexual conocida por toda la sociedad, sin
que se tenga constancia de persecución alguna. Así, cuando recibió el aprobado
del gremio de sastres, vistiendo como hombre, se le expidió el diploma como sastra,
lo que indica el conocimiento público de su condición: Voluió ésta a Arcos,
con la dicha compañía, y por deshacerse allí de la compañía, començó ésta a
hacer ofiçio de sastre públicamente en ávito de hombre y se examinó de sastre
en Jerez de la Frontera, aunque el título pusieron sastra, por conozer que ésta
era muger. Al contrario, Elena afrontó su realidad sexual con la más
avanzada naturalidad y la sociedad durante gran parte de su vida lo vio así.
Disentimos igualmente, cuando se la dibuja al margen de esta sociedad, por el
hecho de ser esclavo, pues ella misma declara que no lo fue. La esclava fue su
madre. Además, una esclavitud sui generis: casada con un hombre libre,
habitando en su hogar con su hija, a la que enseñaba su oficio.
Estas circunstancias, evidentemente, no
han sido tenidas en cuenta por los tratadistas del tema. No se puede enjuiciar
la Historia desde ópticas actuales. Ni confundir transexualidad con
hermafroditismo, cuando Elena de Céspedes no adoptó en ningún momento procesos
hormonales ni quirúrgicos, para obtener caracteres sexuales del sexo opuesto,
pues ella misma confiesa su carácter hermafrodita y su vida lo demostró.
¿Cómo se va a culpabilizar al pensamiento
del siglo XVI de no adecuarse a los parámetros modernos, si en el siglo XX, el
propio Gregorio Marañón en Los estados intersexuales en la especie humana,
publicado en 1929, se presenta influido por el pensamiento europeo de su
momento, que afianzaba en Medicina las ideas de dos sexos: hombre y mujer;
dos géneros: masculino para el hombre y femenino para la mujer; y una
sexualidad: la heterosexual; y consideraba enfermos a quienes se apartaban,
del paradigma? Y no por eso se le condena.
Es amplia la bibliografía
publicada sobre Elena de Céspedes.
Véase del autor Historia General de Alhama..., vol. I, pp. 685-693.
[1]Como fue habitual en otros casos.
En Alhama comprobamos en su momento cómo una mujer acusada de estar amancebada,
respondía al Tribunal inquisidor que se la daba igual, que muchas reinas y
santas había que habían hecho los mismo.