martes, 17 de septiembre de 2013

Documentos para la Historia de la Alhambra y el Palacio de Carlos V

Viene de atrás la inquietud por el patrimonio militar español, desde que en 1949 un real decreto colocara bajo la tutela del estado cualquier vestigio de construcción militar. En 1968 se realizaba un inventario de tales elementos a cargo de la Comisaría del Patrimonio Artístico Nacional para la protección de tales restos arqueológicos, completándose así el espíritu del Decreto de 1949. Desde entonces han proliferado los estudios históricos que de un modo u otro se hacían eco de estas construcciones defensivas en el conjunto de los territorios andaluces, unas veces más genéricos y otras más localistas. 
Parece claro que en el ánimo de los responsables gubernamentales estuvo siempre la idea del mantenimiento del edificio y fortaleza de la Alhambra desde los Reyes Católicos -tal es el motivo por el que ha llegado a nosotros-, si bien con algunos altibajos, según dictaminaran las necesidades económicas de la época o momento.
No es el objetivo sistematizar pormenores del monumento, estudiado con escrupulosidad en las últimas décadas, sino la aportación de unos documentos relacionados algunos en ocasiones diversas, y desconocidos otros; pero interesantes en sí mismos. Las fechas que los encuadran se encuentran comprendidas entre 1793 y 1865, un momento clave en la historia del recinto, ya que da comienzo su historia más penosa, tras el desalojo de la alcaidía perpetua de la Alhambra de la familia Mondéjar, al frente de la misma desde la Recon­quista, y la asignación de una partida presupuestaria para manteni­miento de unos miles de reales cuando eran necesarios millones; es el momento en el que se instalan en los palacios algunas industrias y se venden sus piezas decorativas. 
         En el siglo XIX viajeros, románticos y autores propios de la ciudad nos informan con detalle de las intervenciones realizadas en la Alhambra, las cuales veían la luz en las numerosas publicaciones periódicas que la centuria ve florecer. A principios del XIX tendrá lugar la nefasta y vergonzante actuación francesa. En 1829 encontramos como Gobernador de la Alhambra al coronel Francisco de la Serna, y al frente de las factorías de salazones instaladas en los palacios musulmanes y del Emperador, y al mando también de los trabajos de fortificación y seguridad de la fortaleza. 
         Pero, Al mismo tiempo, será desde el primer tercio del siglo XIX cuando comiencen a materializarse pequeños trabajos de restauración del monumento, aunque con distinto acierto; así como las denominadas por Gómez-Moreno Martínez restauraciones con criterio romántico, que afectaron profundamente a su sabor original. En 1840 se interviene en el Patio de los Arrayanes, rehaciéndose la decoración de la galería sur, y perdiéndose por consiguiente los primitivos adornos... Estas obras serán continuadas en 1847; y en 1850, en la galería norte, en la que además de los paños decorativos se trabaja en su estructura, modificándose su aspecto de manera sensible. Se trata de crear un carácter más moruno y arabesco, sin otro criterio que el subjetivo por parte del restaurador Contreras, dotándose a la techumbre del vestíbulo de una pequeña copulita policroma­da. De manera similar se actuó sobre la cubierta de la Sala de la Barca. A estas intervenciones se referirá años más tarde el coronel de ingenieros Ramón Soriano en una certificación, de fecha 8 de abril de 1865, tras su nombramiento en 1858 como arquitecto director del recinto y tras su designación como comandante de la Alham­bra. 
       
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