Parece claro que en el ánimo de los responsables
gubernamentales estuvo siempre la idea del mantenimiento del edificio y
fortaleza de la Alhambra desde los Reyes Católicos -tal es el motivo por el que
ha llegado a nosotros-, si bien con algunos altibajos, según dictaminaran las
necesidades económicas de la época o momento.
No es el objetivo sistematizar pormenores del monumento, estudiado
con escrupulosidad en las últimas décadas, sino la aportación de unos
documentos relacionados algunos en ocasiones
diversas, y desconocidos otros; pero interesantes en sí mismos. Las fechas que
los encuadran se encuentran comprendidas entre 1793 y 1865, un momento clave en
la historia del recinto, ya que
da comienzo su historia más penosa, tras el desalojo de la alcaidía perpetua de
la Alhambra de la familia Mondéjar, al frente de la misma desde la Reconquista,
y la asignación de una partida presupuestaria para mantenimiento de unos miles
de reales cuando eran necesarios millones; es el momento en el que se instalan
en los palacios algunas industrias y se venden sus piezas decorativas.
En
el siglo XIX viajeros, románticos y autores propios de la ciudad nos informan
con detalle de las intervenciones realizadas en la Alhambra, las cuales veían
la luz en las numerosas publicaciones periódicas que la centuria ve florecer. A
principios del XIX tendrá lugar la nefasta y vergonzante actuación francesa. En 1829 encontramos como
Gobernador de la Alhambra al coronel Francisco de la Serna, y al frente de las factorías
de salazones instaladas en los palacios musulmanes y del Emperador, y al mando
también de los trabajos de fortificación y seguridad de la fortaleza.
Pero,
Al mismo tiempo, será desde el primer tercio del siglo XIX cuando comiencen a
materializarse pequeños trabajos de restauración del monumento, aunque con
distinto acierto; así como las denominadas por Gómez-Moreno Martínez restauraciones
con criterio romántico, que afectaron profundamente a su sabor original. En
1840 se interviene en el Patio de los Arrayanes, rehaciéndose la
decoración de la galería sur, y perdiéndose por consiguiente los primitivos
adornos... Estas obras serán continuadas en 1847; y en 1850, en la galería
norte, en la que además de los paños decorativos se trabaja en su estructura,
modificándose su aspecto de manera sensible. Se
trata de crear un carácter más moruno y arabesco, sin otro criterio que el
subjetivo por parte del restaurador Contreras, dotándose a la techumbre del
vestíbulo de una pequeña copulita policromada.
De manera similar se actuó sobre la cubierta de la Sala de la Barca. A estas
intervenciones se referirá años más tarde el coronel de ingenieros Ramón Soriano
en una certificación, de fecha 8 de abril de 1865, tras su nombramiento en 1858
como arquitecto director del recinto y tras su designación como comandante de
la Alhambra.