Véase Historia General de Alhama, vol. I.
Esta es la leyenda:
LA COLUMNA DEL SANTO
PRIMERA PARTE.
LA ROGATIVA.
"No hay recurso en lo humano, hijos míos; la mano de
Dios se hace sentir de un modo harto visible y nos aflige por nuestros pecados.
La Ciencia es estéril contra esos miasmas deletéreos que han viciado nuestra
atmósfera; porque escrito está: el que pecare contra su Hacedor, caerá en manos
del médico. Nosotros en éstas hemos caído; luego hemos pecado. Sólo nos queda
la oración, que elevando nuestra alma al Señor, nos haga esperarlo todo de su
mano. Confiemos en el Señor...".
Así exhortaba desde la cátedra sagrada al pueblo católico
de Alhama, el 1º de abril de 1680, el sabio y virtuoso vicario foráneo del
partido.
El auditorio, sobrecogido de estupor, lo escuchaba
lloroso, porque hacía un mes sufría uno de esos castigos terribles que Dios manda
a sus criaturas, o para borrarlas de entre los vivos y que se escriba en la
tierra de los muertos su ominoso recuerdo; o para recordarles que de él sólo
penden la salud y la vida, la felicidad y todo bien. Después de haber razonado
el orador cristiano su discurso, cual cumplía a su alta misión, quiso animar al
abatido concurso, y le propuso una de esas solemnes procesiones que recuerdan
las antiguas peregrinaciones de los antiguos días de fe y de piedad de nuestros
padres.
Invitó al pueblo para una rogativa, que tendría lugar en
la tarde del siguiente día, 2 de abril de 1680. La ciudad en masa, fiel a las
tradiciones de sus mayores, afluyó a las tres de la tarde del prefijado día a
la casa de Dios, donde esperaban en andas las efigies de la Madre de Dios
y de los Santos especiales abogados contra las epidemias.
Llegó la hora, y precedida de las Hermandades con sus
insignias, y sus pendones, y sus banderolas, salió del templo la cruz alta y
desnuda de iglesia mayor; después, los Carmelitas con su titular; cerrando el
cortejo, el clero parroquial, siendo notables las figuras del licenciado D.
Miguel Romero, vicario del partido y de los señores beneficiados, licenciado D.
Andrés de Montenegro y Peralta y licenciado D. Francisco de la Serna y Páramo,
que iban descalzos y en traje de penitentes. Su conducta tuvo no pocos
imitadores.
Comenzó en la iglesia la letanía de los Santos, llevando
la voz cantante un coro de niños, para que su inocencia aplacase la cólera de
Dios; y a las voces de estos ángeles respondían los llantos y suspiros de la
población. Así, demandando las piedades de lo alto, recorrieron la ciudad y,
saliendo por la puerta de Málaga al arrabal, subieron la calle de Salmerones
hasta llegar a la de Enciso, en que hizo alto la procesión. Ya fueron invocados
los Apóstoles y los Mártires, los Pontífices y los Doctores; tocábale su turno
a los anacoretas y, entonces, se oyó una voz que llamaba al penitente de
Calabria, San Francisco de Paula, cuyo nombre no aparece en la letanía.
El pueblo, como tocado por una mano invisible, repitió la
invocación y cayó espontáneamente de rodillas sobre el duro pavimento de la
calle, que regó con sus lágrimas. Hubo quien afirmase haber visto al ángel
calabrés descender de lo alto en trono de nubes, tocar con su báculo las casas
infectadas del arrabal y, con una sonrisa inefable, despedirse de los que tan
fervorosa y rendidamente lo invocaron. Sea lo que fuese, lo cierto es, que al
Santo se le llamó y que una densa niebla que cubría el arrabal hacía un mes
huyó desvanecida a la vista de la rogativa; y que ésta volvió al templo bien
cerrada la noche, llevando cada uno de los concurrentes un fondo de esperanza
en su corazón.
Aquel día solemne recordó a muchos las letanías de Roma,
en tiempo de los Gregorios, y las de Francia en los piadosos días del ángel
obispo de la iglesia de Tours. Quizá no fue la plegaria de los ninivitas como
la de los alhameños el 2 de abril de 1680.
2º. LA IMAGEN APARECIDA.
- Vamos al templo, señores; decía un caballero respetable
a un cerco de ociosos, que tomaban el sol en la plaza donde hoy, desde 1747, se
alza la Cruz de los Rebeldes, vulgarmente dicha la Cruz Verde.
-¿Y qué hay en el templo de nuevo?
-Una cosa notable, replicó el caballero a un joven de
buen humor que lo interpeló. Dicen que anoche, de vuelta de la rogativa se
hallaron con un santo aparecido.
-¿Y quién es? dijeron todos con ese afán de quien escucha
por vez primera y a medias una nueva extraordinaria.
-Voy a decíroslo, pero ante todo conviene sepáis, que la
epidemia ha desaparecido. Desde ayer no se ha dado caso alguno y los enfermos
todos convalecen. Sin duda es debido a la invocación de San Francisco de Paula
que se oyó ayer tarde, no se sabe a quién, cuando no estaba en la letanía.
-Pero bien, y ¿quién es ese santo?
-El patriarca de los Victorios, que fue no hace
mucho un santo ermitaño de Calabria en las dos Sicilias, que alejó la peste de
la ciudad de Mesina y lleno de virtudes murió en Francia en 1507. En fin, es un
santazo, como diría un amigo fervoroso que todos conocemos. En vida fue tan
grande hombre que yo he visto una moneda acuñada en el vecino reino, que tenía
por un lado el busto del monarca y por el otro, el de San Francisco de Paula, y
se leía en su exergo: "Defensor del Trono".
Toda esta relación y más la hice esta mañana delante de
mucha gente, que por lo mismo tratan de sacar su efigie, la aparecida, en
procesión y que sea nuestro Patrono, y erigirle altar, y ¿qué sé yo qué más...?
Conque vamos a verlo.
-Vamos a verlo, dijeron todos a una vez, dirigiéndose por
los arcos hacia la Carrera, acompañados del caballero, que decía: "Sí,
vamos a verlo; pero para pedirle protección".
En tanto que esta fracción del pueblo fiel va en alas de
su curiosidad a la casa de Dios a ser espectadora del prodigio, retratemos su
efigie.
Era entonces, porque en el año 1860 se restauró, de dos
varas de alta; figuraba un penitente de nobles formas, de color moreno, ojos
vivos, mirada penetrante, nariz aguileña, rostro oval, expresión grave y
simpática y la cara mirando al cielo en expresión de súplica; vestía un hábito
negro de corto escapulario; ceñía un cordón con tres nudos; tenía capucha, pero
plegada, sin cubrir su cabeza, que era calva; manga de bandera, cogida al puño
donde ajustaba la túnica interior; llevaba pies desnudos; en la mano derecha
empuñaba un báculo, y en la izquierda ostentaba un escudo en que se leía Charitas.
Toda la figura sobre pies desnudos estaba fija en una
modesta repisa.
El primero que la halló fue uno de los niños del coro de
la rogativa, quien viéndola sobre el altar al entrar en la iglesia mayor, dio
un grito y exclamó: "aquí está San Francisco de Paula".
Entonces el clero y el municipio se acercaron, y
conocieron, no sin sorpresa, la veracidad de la exclamación infantil y,
cotejando esta invención con la invocación, tuvieron por un signo de feliz
auspicio la presencia de la imagen, que no
dándose nadie la razón de su venida, creyóse que se debía a los ángeles.
Al punto se alzó una escalinata sobre plan de altar en el
colateral del evangelio y, en medio de un centenar de luces, descolló la figura
noble e interesante del voluntario protector de la ciudad.
Aquella noche veló parte del vecindario cerca de la
imagen y, al rayar el alba del siguiente día, el M. Iltre. señor vicario cantó
desde el púlpito las misericordias del Señor por la intercesión del Taumaturgo
calabrés.
El doctor D. Antonio del Valle, natural de Málaga, y por
lo tanto conocedor de lo que valía el patriarca de los Mínimos, salió por todos
los ángulos de la ciudad pregonando el prodigio.
Ya lo vimos al principio reclutando gente para ir al
templo parroquial a adorar al Señor y a dar el parabién al Santo aparecido.
3º EL VOTO DE LA CIUDAD.
Habiéndose hecho demasiado pública la aparición de la
efigie del Ángel de Calabria y acreciendo por momentos el fervor
religioso de los hijos de Alhama, fue necesario que la autoridad eclesiástica,
en unión con la civil, pensase cómo satisfacer el afán de los fieles. Por otra
parte, la epidemia, que llevaba un mes íntegro de diezmar el arrabal, desde el
pilar de Maniquí hasta mitad de la calle de Enciso y sus colaterales, había
quedado como estacionaria sin avanzar; y no había ocurrido defunción alguna
desde el día de la rogativa. Añádase a esto, que el doctor D. Antonio del Valle
se presentó con varios sujetos, no menos piadosos y de valía de la ciudad, al
señor vicario foráneo del partido, pidiéndole se hiciese un trecenario en
obsequio de San Francisco de Paula, para más interesar su valimiento. La
Iglesia, que no esperaba otra cosa, aceptó gustosa la pretensión y el 5 de
abril dio principio al trecenario con asistencia del Municipio y de todos los
fieles, predicando cada uno de los días el cabildo de Sres. Beneficiados y la
comunidad del Carmen Calzado, que alternaban. Los hijos de San Pascual fueron
seis años después. Los Padres Agustinos, que desde 1676 vivían en los Remedios,
se excusaron de asistir.
El 17 de abril, último del trecenario, durante el cual
nadie fue invadido por la peste ni pereció, el señor vicario, en el ofertorio
de la misa, recibió el voto de la ciudad, de alzar un monumento de piedra,
en la calle de Enciso, recordativo del prodigio, y en las colateras otras
tantas cruces con su inscripción correspondiente: -declaró fiesta de precepto
el 2 de abril, para que subsistiese de generación en generación la gratitud
de Alhama al Patriarca de Paula.
El pueblo unánime hizo suyo el voto de su senado, con un
amén tan expresivo como espontáneo, que debieron escuchar los ángeles y
escribirlo en el libro de la vida. Después se cantó un solemne Te Deum,
y la milagrosa imagen quedó provisionalmente en uno de los nichos del magnífico
retablo dorado del altar mayor. El Municipio levantó acta de todo, así como el
cabildo de Sres. Beneficiados, y ambas corporaciones comisionaron a D. Antonio
del Valle, para que facilitase un artista malagueño que pusiese por obra la
promesa de la ciudad.
Sobre tres pilares de piedra se fijaron tres cruces de
hierro, que colocadas en otras tantas calles en las últimas casas que fueron
invadidas de la peste, todavía ofrecen en sus zócalos, a pesar de la cal que
las emborrona, las inscripciones referentes al azote y a su remedio, al milagro
y a su autor, al pueblo y a su fe, al año y al día.
El monumento de piedra quedó para la calle de Enciso, como
nosotros dejaremos su historia y erección para otros capítulos.
4º EL SANTO DE PIEDRA.
Fiel a su compromiso D. Antonio del Valle, lo llenó tan a
placer, que en primeros de junio del mismo año habíase bendecido la cantera de
donde debía cortarse la piedra para el zócalo y la base, la caña y el capitel,
para gradas y pedestal. El monumento iba a ser un triunfo.
Al efecto se formó una tienda de campaña junto al pilar
de Marín, en el Humilladero, y el golpe del cincel sobre la piedra hizo surgir
a los dos meses una escalinata de tres gradas, que se colocó en la calle de
Enciso y sobre ella un zócalo de vara y media, una columna que tenía tres varas
de tubo o caña, un capitel de orden compuesto con cuatro grandes volutas y la
cornisa sobre la que debía fijarse la estatua del Mínimo calabrés.
Terminado el triunfo procedió el artista a modelar la
estatua y diz que al comenzarla ocurrió un incidente que no podemos desestimar.
El señor del Valle había dado una lámina copia fiel del busto de San Francisco
de Paula, como se venera en la Victoria de Málaga, con orden expresa de que la
estatua fuese idéntica. Así lo aceptó el artista, y en barro la modeló al
efecto; mas la noche precedente al día de hacerla sugir de la piedra, fue
favorecido con una visita inesperada, que le ahorró este trabajo. Diremos algo
de ella.
Son las doce de la noche. Hace frío, como se siente
siempre en Alhama. El aire zumba, el trueno espanta el huracán arrecia y el
artista tiembla al paso que vela pensando en su estatua. Mas, de pronto, sus
meditaciones fueron interrumpidas por tres golpecitos dados a la puerta.
-¿Quién va? dijo poniéndose de pie.
-Un anciano, respondieron; abra, hermano, por caridad.
-Voy al punto, repuso el artista.
Y diciendo y haciendo, tomó la luz y se dirigió al primer
peldaño de la escalera. Al llegar al vano de la puerta, retrocedió convulso y
lleno de estupor. El anciano estaba en su dintel. Era éste de rostro grave y
simpático, con capucha echada a la frente, traje talar, barba blanca, y tenía
un báculo en su mano izquierda, ínterin la derecha, llevada al pecho, señalaba
un escudo donde se leía: Charitas.
Repuesto el visitado sin duda por la dulce sonrisa del
anciano, que llegó hasta a inspirarle confianza, dejó la luz sobre el arbotante
de hierro de la chimenea, cedió la tarima al anciano y, colocado de pie
enfrente, dijo al recién venido:
-Y bien padre, ¿en qué puedo serviros?
-En nada y en mucho, porque yo habito una región donde
todo sobra y me basta la claridad de Dios, que allí reside, para gozar hasta lo
infinito; pero tengo entendido que vas a labrar una estatua del Mínimo calabrés, a quien conocí mucho, y quisiera
fuese su retrato lo más aproximado al original.
-¿Vos, padre, conocisteis a San Francisco de Paula?
-Y tanto que sí, fuimos íntimos amigos: su vida era mi
vida; su corazón el mío; su alma la mía; su figura la mía; y... más claro,
habríamos pasado por uno mismo.
-Pues, y los años que hace desde su muerte hasta la
fecha, ¿dónde habéis estado, que han pasado sobre vuestra frente, sin haber hecho
mella en vuestro organismo?
-Ese es mi secreto.
-Me perdonad, si curioso he querido..., pero me
permitiréis, que aludiendo a vuestra visita, os pregunte ¿por dónde habéis
entrado?
-Por la pared.
-¿Sois un espíritu?
-Soy... San Francisco de Paula.
Al hacer el anciano esta revelación, se clavó su figura
sobre el pavimento, una aureola de gloria ciñó su sien, y reveló un destello de
aquella claridad de que habló al principio y que forma la atmósfera perenne de
la eternidad.
El artista, deslumbrado y atónito, cayó de rodillas, y
creyó morir; mas el santo lo sacó de su postración, diciéndole: -No temas,
levántate y vamos a tu taller.
Era éste una habitación de la casa que hoy posee D.
Fernando Almenara, quien la hubo del convento del Carmen, propietario de ella
desde aquella fecha, y fue cedida por el R. P. Prior para el objeto. Al lado
derecho y sobre un zócalo de maderas había de pie un cubo de piedra de jaspe
blanco traído de muy lejos, como de una vara de longitud por media vara de
diámetro.
La vista del Anciano posó sobre el cubo, y al punto dijo:
-He aquí la materia: apliquémosle la forma.
Y manos a la obra, señaló y modeló al punto la cabeza,
tronco y extremidades inferiores, con una precisión admirable. El artista
observaba estático y callaba. Serían pasados quince minutos, y dijo el anciano:
-Ya está.
Al momento, la piedra se descartó de las capas inútiles
y, en breve, apareció perfectamente vaciada la escultura, copia fiel del
anciano. Las extremidades superiores fueron suplidas de unos fragmentos de
piedra hallados a mano y el escudo de la ciudad bajo el índice de la mano
izquierda de la estatua que tenía la cara y mano diestra hacia el cielo en
ademán de súplica, demandando piedades para la población.
El Anciano fue más lejos que la comisión del monumento...
Concluida su obra y satisfecho de ella el Santo, dio la bendición al artista y
al abrazar el busto osciló en el vacío, porque el anciano había desaparecido.
A la mañana siguiente súpose la nueva del prodigio de la
noche anterior, con ese modo peculiar con que todo se sabe y cuenta aquí o
porque el artista lo contó o porque alguna curiosa vetusta lo atisbó. El medio
no lo cuentan las crónicas. Éstas dicen que nombrada una comisión, en la que
figuraba el señor del Valle, se procedió a disponer lo conveniente para la
dedicación del triunfo, fijándolo definitivamente para el día de San Miguel,
bien teniendo en cuenta la predicción del Anciano al artista o recordando que
el 29 de septiembre era ya día fasto para la ciudad.
5º LA MISA DE CAMPAÑA.
Ya estaban recogidos los agostos. También habían vuelto
los señores del país de sus excursiones de verano. Los hijos del pueblo, que
fueron primero a la siega y después a la vendimia de la costa, volvieron con no
poco júbilo de sus esposas; a las que trajeron el refajo de bayeta encarnada
y el pañuelo de Zendía; y de sus hijos, a quienes adornaron con el calañés
de aguja, las botas pespuntadas, la indispensable faja colorada, todos
utensilios "sine qua non" podían regresar a sus hogares.
Los novios tornaron, hallando a sus prometidas que les
tenían dispuestas sus escarapelas bordadas y sus camisones festoneados, para
trocarlos por los pañuelos de crespón y los vistosos delantales que ellos les
traían de presente por su feliz regreso.
El notario eclesiástico tenía dispuestos sobre una docena
de expedientes matrimoniales, que el 28 de septiembre por la noche recibieron
su auto definitivo como atestado del desposorio de los zagales del país.
Puede decirse que en todo tiempo hay por la misma época
igual movimiento en el país; pero también podemos asegurar que entonces había
otro aliciente: la solemnidad de la columna del Santo.
Se sabía desde el mes de Santiago precedente, que para el
día de San Miguel se disponían fiestas de importancia en la ciudad, con motivo
de la dedicación del triunfo de san Francisco de Paula.
Todos querían festejar el día: todos querían desposarse
bajo tan felices auspicios.
El señor Corregidor había hecho publicar un bando a
tambor batiente y con chirimías a las doce del día 28 de septiembre, haciendo
saber al vecindario:
1º Que el día siguiente habría función cívico-religiosa
en la calle de Enciso.
2º Que el asunto era la erección de la columna de san
Francisco de Paula que tendría lugar a las diez del día.
3º Que ambas noches, la precedente y la del día de la
solemnidad, habría iluminación y fuegos artificiales y loas.
4º Que la tarde del día 29 se correrían cañas y sortijas
y habría moros y cristianos en la plaza mayor.
5º Y que se recomendaba al vecindario la gravedad, la
obediencia y sus alardes religiosos.
La jurisdicción eclesiástica dictó sus disposiciones.
La comisión del festejo había preparado en la calle de
Enciso un tablado de seis gradas; un altar con frontal de tisú de plata; seis
candeleros y Cristo alto del mismo metal; una tribuna de tapete blanco con
encaje de hilo de tercia de ancho; una alfombra de rico tapiz que cubría el
pavimento; dos atriles de nogal barnizado, que tenían abiertos dos misales de
terciopelo carmesí con cantoneras de plata y una credencia para colocar la
efigie aparecida en el templo el 2 de abril. En el adarve del castillo se
colocó un arbolito de fuegos. Al pie de la columna había una inscripción
latina, grabada en su zócalo, que decía:
D.
O. M.
MINIMO
MAXIMO
DIVO FRANCISCO
DE PAULA
PESSIMI LUES ALHAMAE GRASSANTI
BENIGNO
LIBERATORE,
ASTIGITANI GRATULANTES
SAXUM
EREXERE CURABUNT
TERTIO
KALENDAS OCTOBRIS
ANNO
DOMINI MDCLXXX.
Al lado opuesto la misma inscripción decía en romance: -
El 29 de septiembre de 1680 - los alhameños agradecidos - procuraron erigir
este triunfo - en honor del Mínimo máximo - san Francisco de Paula - benigno
libertador de Astigis- herida de la peste.
Los demás lados del zócalo ofrecían las armas de la
ciudad y el escudo de los Mínimos. Además se alzaron dos tablados a derecha e
izquierda para el clero y el municipio y, sobre todo, el cuadro se tendió un
toldo magnífico de hilo, que lució enmedio un sol de seda amarilla, que decía
en negro: Charitas:
A lo largo de la calle había bancos para el convite y el
pueblo. Todos los vanos de las ventanas estaban tapizados de tan variadas como
vistosas colgaduras, que sobre ellos se tendieron. A las ocho de la noche de la
víspera llegó un rosario con todas las insignias y farolas de la aurora, y un
coro de niños vestidos de ángeles cantó con armonía, entre unos gozos, este
estribillo al Héroe de la velada.
Tu
caridad sin igual,
Mínimo
de Dios amado,
De
la peste ha libertado
A
Alhama nuestra ciudad.
Más tarde una comparsa de labriegos bailó delante del
triunfo y al final otra sección de ellos representó sobre un tablado "La
vacante general", ese autosacramental de Calderón de la Barca.
Era ya la media noche cuando terminó la velada, durando
hasta el día de la iluminación. Los primeros rayos del limpio y claro sol del
día de San Miguel de 1680 hirieron de lleno la venerable cabeza de la estatua,
que aparecía majestuosa sobre la columna. Multitud de forasteros de los pueblos
limítrofes llenaban las calles de la ciudad desde muy de mañana. A las diez de
ella un repique general de campanas anunció al pueblo, que el clero parroquial,
interpolado con la comunidad de los Carmelitas y seguido del Municipio con sus
maceros y sus chirimías, llevando procesionalmente la efigie aparecida del
Ángel calabrés, salía de la iglesia mayor con dirección a la calle de Enciso.
Un pueblo inmenso cerraba tan piadoso cortejo. Los
sochantres y salmistas cantaban la letanía de los santos, y los fieles
respondían.
Llegó la rogativa a la calle de Enciso y cada uno ocupó
su localidad. El señor vicario, revestido de pluvial morado y asistido de los
señores curas, que vestían dalmáticas del mismo color, procedió a bendecir el
triunfo, conforme al ritual granatense; y después del Te Deum se celebró
el santo Sacrificio.
A su debido tiempo, uno de los señores beneficiados, el
ilustrado señor D. Andrés Ramos Montenegro, ocupó la sagrada tribuna y cantó
las virtudes de San Francisco de Paula, puso de relieve la protección que había
dispensado a la ciudad, pintó con los más vivos colores el cuadro aterrador de
la epidemia y últimamente reveló el episodio del estatuario, recordando el voto
de la ciudad. La maestría con que trazó tan bellos cuadros interesó vivamente
al auditorio, que lloró de pena y de alegría, de sentimiento y de gratitud.
Sin duda que los ángeles recogieron aquellas lágrimas,
que piadosos corazones vertieron a raudales en la efusión de su fe, y
presentadas al Señor llovieron bendiciones sobre el privilegiado suelo, que tan
cristianos hijos daba a luz.
Hemos leído concienzudamente la vida de san Francisco de
Paula y visto los honores que se le tributaron en todas partes antes y después
de su preciosa muerte; y lo decimos con orgullo: Alhama tiene la alta honra de
haber sido la única que le erigió un triunfo y se agrupó bajo sus alas.
A las tres de la tarde terminó la función, volviendo el
cortejo al templo mayor, cantando el Te Deum por tan señalados favores.
Por la noche se reprodujeron los festejos de la precedente.
Se nos ha asegurado que ambos cabildos eclesiástico y
secular levantaron acta de todo, que no hemos podido hallar; empero la
tradición, mejor que la escritura y que los mármoles, nos ha legado el grato
recuerdo de esta MISA DE CAMPAÑA.
SEGUNDA PARTE.
1º PATRONATO DEL SANTO.
Han pasado sesenta años, y corre el de gracia de 1740. El
sabio y virtuoso cura de esta ciudad D. José de Rojas Sandoval, que a la sazón
regentaba esta iglesia, oyó la narración de los capítulos precedentes, vio la
columna y quiso ir más lejos. Sus mayores levantaron un triunfo de piedra; pero
él quiere alzar un monumento perdurable en la conciencia pública. Quiere se
declare patrono a San Francisco de Paula. Y como lo quiso, lo hizo. Abramos el
libro de Actas capitulares del municipio de entonces, donde se lee lo
siguiente:
"Nos, el Concejo, Justicia y Regimiento de esta M.
N. y L. ciudad de Alhama, estando en junta en nuestro Cabildo y Ayuntamiento,
como lo habemos de uso y costumbre, para tratar y conferir todo lo que a ella y
su público y común útil y provechoso es, a saber: el licenciado don Juan Millán
Arias, abogado de los reales Consejos, alcalde mayor de esta ciudad, D.
Francisco Vinuesa y Vega, D. Cristóbal García de Santofimia, D. Francisco José
del Corral y Noguerol y D. Pedro Negro Ciruela, regidores... decimos..., que,
siendo como es, el objeto de la devoción general de dichos vecinos el señor san
Francisco de Paula, que se halla colocado en el altar mayor de la parroquia de
esta ciudad, por haberlo dispuesto así en lo antiguo, según noticias que los
individuos de ella y su común tienen de sus mayores beneficios... como en estos
presentes tiempos hayan debido singularísimos espirituales y temporales a la
infinita misericordia de Dios Nuestro Señor en todas sus aflixiones y necesidades
por la intercesión de dicho señor San Francisco de Paula, a cuyo auxilio y
amparo han acudido siempre en todas sus aflicciones, para suavizar a la divina
Justicia y convertirla en piedades y misericordias, como se experimentó en el
año pasado de 1738, que hallándose perdidas casi todas las sementeras por falta
de aguas, aunque para su logro había recurrido el dicho común a otros
diferentes santos e imágenes con rogativas, y con el correspondiente y general
desconsuelo impelidos dichos vecinos de su anticuada devoción a dicho
Santo, a él acudieron y... saliendo a la calle dicho señor san Francisco de
Paula, en vista del empeño en que le puso la devoción de sus vecinos, facilitó
y franqueó la divina Misericordia en la misma tarde una muy copiosa lluvia, con
la que se aseguró y logró muy buena cosecha. Y deseando todos que por tan
justos motivos en fuerza de su reconocimiento sea dicho señor san Francisco de
Paula su Patrón, para que se le preste el mayor culto y se asegure su protección,
amparo y consuelo en todas las necesidades, trabajos y miserias que padezcan y
ocurran en lo sucesivo; acordó gestionar cerca del Rvdo. Sr. Arzobispo de
Granada, para que se haga como lo desean y solicitan".
En virtud de tan solemne testimonio, que tenemos a la
vista, fue apoderado en forma el señor Sandoval, se convocó al pueblo por
decreto del señor Provisor, el doctor don Alonso de Guzmán y Bolaños, de 31 de
marzo de 1740, y el 24 de abril del mismo año se celebró un cabildo general,
donde votaron hasta 1404 vecinos el Patronato de San Francisco de Paula.
Vista una manifestación tan espontánea por D. Felipe de
los Tueros, arzobispo de Granada, declaró Patrono al Ángel de Calabria, fue
reconocido fasto su día y pedida la Bula de confirmación a la Santa Sede.
Circunstancias ajenas a la voluntad del vecindario,
retardaron el Breve de Roma, que fue obtenido de la Santidad de Pío VI, el 30
de abril de 1790. Desde entonces hasta la fecha subsiste el Patronato; empero
la devoción ha tenido diversas fases.
El señor Sandoval fundó el Orden 3º con facultades del M.
R. P. Provincial de los Mínimos en 1748, bien que por intrigas de un místico
llamado Liñán, según apuntes que se conservan, fue disuelto en 1797.
El monumento del señor Sandoval no fue más duradero que
la columna, que con horror cayó por tierra en época no lejana, por... Porque
estorbaba el paso de los transeúntes!!!
2º EL RECUERDO DEL TRIUNFO.
Al caer por tierra en fuerza de la incuria del tiempo el
monumento de la calle de Enciso, rodó por el polvo y se hundió en el olvido la
memoria de la piedad de los alhameños de 1680 y de 1740. El Municipio no
asistía a la solemnidad. Ésta tampoco se celebraba. Sólo había una señal, una
cruz, en el directorio de la Diócesis: el 2 de abril; y en el almanaque ni aun
eso.
La escultura salía sólo para acompañar a la Madre de Dios
en el setenario de angustias; mas con tan mala suerte, que rodó varias veces
por el suelo, y se rompieron sus extremidades y saltaron las ensambladuras.
Alguna señora devota le hizo una capa de terciopelo negro
y capucha de la misma tela galonada de plata.
La calle de Enciso no recordaba casi el triunfo, que en
hora menguada desapareció para no volver jamás.
El altar y retablo de orden de churriguera hechos en la
capilla de los Cabellos y Vinuesas, a principios de este siglo, guardaba en
sepulcral silencio la milagrosa efigie tan decorada en su aparición.
Sólo un virtuoso sacerdote cuidaba de hacer colocar doce
veces al año cuatro luces sobre el altar solitario o para saciar su piedad o
para llenar un recuerdo sagrado o para censurar de un modo pasivo la
indiferencia de los hijos del país.
Así pasaron los años hasta el de 1850, en que hubo una
reacción religiosa debida en gran parte a nuestra devoción, venidos a esta
ciudad y curato propio, ganado en concurso abierto, reconocidos a los favores
recibidos del Ángel de Calabria cuando en 1854 y 55 desempeñábamos el economato
de San Pedro de Granada, donde se venera la escultura que tenía la victoria de
dicha capital desde 1500, en que se fundó dicho convento, hasta el de 1835 en
que se cerró por la exclaustración. En aquellos días de prueba tuvimos, en
efecto, lugar de contraer una deuda sagrada con el Patriarca de los Mínimos.
Vamos a contar este episodio, para saciar al menos los afectos de nuestro
agradecido corazón.
Era el siete de agosto. La única mujer que amamos con
toda nuestra alma, y a la que después de Dios estimamos y reverenciamos más en
la tierra, fue herida del cólera de un modo terrible. Nuestro corazón soportó
una prueba inefable, que fue corta, pero intensa. En esta aflicción acudimos a
nuestro benéfico protector, quien recibió nuestras lágrimas de hijo que pedía
la salud de su madre. El mal cedió como por encanto. San Francisco de Paula nos
escuchó. Nosotros no ofrecimos nada; pero sin hablar le vinculamos nuestro
corazón. El santo lo concedió, y nos destinó para la rehabilitación de su
culto. Pasaron cinco años y, sin saberlo nosotros, y es más, hasta repugnándolo
entonces, fuimos presentados por el R.
Prelado a S. M. para el curato propio de esta ciudad, donde a nuestro ingreso
en ella supimos la aparición y el Patronato de san Francisco de Paula.
Entonces vimos claro y pusimos un singular empeño en
avivar el adormido fervor de los fieles. Hicimos restaurar la imagen por el
aventajado escultor de Loja D. Juan de Dios Sanjuan; se invitó a los vecinos y
al Municipio; se restableció la función antigua, con más una novena de sermones
y el panegírico; repartimos estampas y panes benditos, y si no hicimos lo que
el señor Sandoval, continuamos su obra. Además mandamos hacer un lienzo de dos
metros de alto por uno y medio de ancho, que recordase en la calle de Enciso el
triunfo de otra edad.
El 15 de diciembre de 1860 se llevó en procesión, después
de una función en acción de gracias porque no invadió la epidemia a la ciudad,
la escultura ya restaurada, adornada con tanto lujo como buen gusto por una
señora de la primera nobleza del país, que en aquel tiempo se brindó a ser su
camarera. Asistió la ciudad. D. Mariano Vinuesa y D. Francisco Javier Jiménez,
regidores, llevaban el cuadro para depositarlo en la calle de Enciso.
Recorridas las de estación se llegó al punto en donde en 1680 se erigió el
triunfo y en una capilla con cancel de hierro y cristales, labrada en la pared
de las casas de doña Micaela Morón, a expensas del Municipio, se colocó,
después de bendecido, el lienzo y el cuadro. La llave se echó y se dio al
vecindario, que desde entonces cuida de sus adornos y que no falten luces. A
tan tierna ceremonia concurrió el vecindario, y se quemaron cohetes, y se cantó
el Te-Deum, y se reparó del mejor modo posible el escándalo de los destructores
del triunfo, con una inscripción que se hizo poner bajo el lienzo, como
efemérides gloriosa de la columna y su razón de su demolición y su reparación.
El Municipio levantó acta de todo y se guarda en su
archivo. Al clero le bastó con lo hecho. Desde aquél día, si no subsiste la columna, por
ser difícil tornarla a elevar, queda perenne, quizá para siglos, el recuerdo
del triunfo.