Se celebraba desde la Reconquista, con una procesión general, presidida por
el cabildo parroquial y el cuerpo capitular, a la que concurría todo el pueblo;
se realizaban distintas celebraciones festivas y corridas de toros en la plaza
pública, lugar tradicional donde se desarrollaba la fiesta y donde los toros se
corrían a caballo, como una actividad propia de hidalgos, y signo de nobleza,
elemento distintivo de prestigio.
Según el programa de fiestas municipal de febrero de 1997, por una real provisión dada en Madrid el 26 de septiembre de 1565, se autorizaba al concejo para la celebración de fiestas solemnes para conmemorar el día de la toma, lo que se tendría que celebrar con procesión religiosa y fiestas de toros y cañas a la antigua usanza del Reino. Lamentablemente, no se conserva en el archivo esta documentación, ni las actas capitulares de la fecha, por lo que no podemos dar credibilidad a la referencia; pero es una lástima que no se pueda localizar este acta que pudiera ilustrar muy bien el origen de la fiesta de la toma en Alhama.
Lógicamente, la fiesta se celebraba el último día de febrero. Los actos festivos eran imperativo real, según ordenaba una provisión al efecto, como resulta recibida en julio de 1569, cuando se libró el gasto de 2.070 maravedís de la cera de la procesión realizada el año anterior el día de la toma. Como era general, en todas las fiestas de regocijos, los vecinos quedaban obligados a iluminar las calles encendiendo candelas; y el concejo se obligaba a adquirir velas. En febrero de 1579, encontramos algunos detalles de la fiesta, como la procesión, o las dos libras correspon¬dien¬tes al peso de cada vela; por ella sabemos que los diputados del mes serían los encargados de repartir las velas a los miembros del concejo; se estableció el orden y protocolo riguroso en la procesión, según antigüedad; lo mismo, se observaría en los asientos que debía ocupar cada caballero capitular en la tribuna, en la plaza pública, durante el capeo de las reses, también, era manifiesta la obligación de los miembros del concejo a la asistencia a la procesión, sancionándose la ausencia con la suspensión de recibir la vela de cera. En la fotografía la plaza pública, donde se celebraban las corridas de toros, catastróficamente urbanizada allá por 1983, encorsetando el espacio y rompiendo el sabor medieval de la misma.
Según el programa de fiestas municipal de febrero de 1997, por una real provisión dada en Madrid el 26 de septiembre de 1565, se autorizaba al concejo para la celebración de fiestas solemnes para conmemorar el día de la toma, lo que se tendría que celebrar con procesión religiosa y fiestas de toros y cañas a la antigua usanza del Reino. Lamentablemente, no se conserva en el archivo esta documentación, ni las actas capitulares de la fecha, por lo que no podemos dar credibilidad a la referencia; pero es una lástima que no se pueda localizar este acta que pudiera ilustrar muy bien el origen de la fiesta de la toma en Alhama.
Lógicamente, la fiesta se celebraba el último día de febrero. Los actos festivos eran imperativo real, según ordenaba una provisión al efecto, como resulta recibida en julio de 1569, cuando se libró el gasto de 2.070 maravedís de la cera de la procesión realizada el año anterior el día de la toma. Como era general, en todas las fiestas de regocijos, los vecinos quedaban obligados a iluminar las calles encendiendo candelas; y el concejo se obligaba a adquirir velas. En febrero de 1579, encontramos algunos detalles de la fiesta, como la procesión, o las dos libras correspon¬dien¬tes al peso de cada vela; por ella sabemos que los diputados del mes serían los encargados de repartir las velas a los miembros del concejo; se estableció el orden y protocolo riguroso en la procesión, según antigüedad; lo mismo, se observaría en los asientos que debía ocupar cada caballero capitular en la tribuna, en la plaza pública, durante el capeo de las reses, también, era manifiesta la obligación de los miembros del concejo a la asistencia a la procesión, sancionándose la ausencia con la suspensión de recibir la vela de cera. En la fotografía la plaza pública, donde se celebraban las corridas de toros, catastróficamente urbanizada allá por 1983, encorsetando el espacio y rompiendo el sabor medieval de la misma.