sábado, 28 de octubre de 2017

Del Bronce final a la conquista romana en la comarca de Alhama de Granada: La Mesa de Fornes . Salvador Raya Retamero

   Ha quedado de manifiesto en la Prehistoria la presencia del poblamiento desde el Paleolítico, siendo particu­larmente intenso durante el Neolítico, en el que encontramos vestigios de poblamiento hasta en las serranías más yermas, como demuestran los hábitats de Sima de Enríquez y otras en la sierra de Loja. Al avanzar el período ibérico, la población va a crecer, con el desarrollo de la agricultura, ganadería y la caza y manteniendo relaciones comerciales y contactos con la costa mediterránea y el interior, dada la situación estratégica de la comarca como zona de contacto entre la vega granadina y la costa fenicia por el Puerto de Frigiliana, con la Mesa de Fornes; y con el poblado de la Mesa del Baño, de Iammin, por el Campo de Zafarraya. Al establecimiento humano contribuyó el hecho de tratarse de una región bañada por numerosos arroyos y riachuelos, donde la práctica de la agricultura y ganadería se desarrollaba con facilidad. Los yacimientos encontrados se insertan en estas primeras rutas que, por razones, principalmente económicas, fijaron los pueblos que ocuparon la Protohistoria de la zona, procedentes de la Meseta, de Andalucía Occidental y del Valle del Ebro, dada la riqueza ofrecida por la Vega de Granada. De este modo, se produjo la fusión social y cultural que conformó la cultura del Bronce Final Andaluz. A ello, se sumó el influjo fenicio y cartaginés, desde sus asentamientos costeros, como atestiguan los hallazgos de cerámica extraídos tanto en el Cerro de la Mora, en Moraleda, en Fornes, en la Cueva de la Mujer y en las sepulturas de los tajos de Cacín, donde junto a ajuares del Cobre y del Bronce, se registran cerámicas pertenecientes a un Ibérico Antiguo y Pleno y fragmentarias griega y romana.
      Dada la conformación cultural del sustrato ibérico, el pasado turdetano en la zona está intrínsecamente unido a las gentes indígenas del Bronce Final y a las influencias de los colonizadores llegados del Mediterráneo oriental, aunque, por el momento, no se tiene ni documentación escrita, ni numismática, ni epigráfica que demuestre una colonización fenicia. Para el estudio de este período no se cuenta con otro material que el que brinda la arqueología, que propor­cionará el sustrato poblacional más antiguo.
      Como se ve, por el año 600 a. d. C. se desarrolló en la Alta Andalucía la cultura ibérica. Los siglos VI y la primera mitad del V constituyen la primera fase, el Ibérico Antiguo. El período se encuentra salpicado por una progresiva influencia griega y fenicia, por las relaciones comerciales mantenidas con estos pueblos. Cuando comienza la fase plena de la cultura ibérica (segunda mitad del siglo V y IV a. d. C.), los principales pueblos enclavados en la Alta Andalucía fueron los túrdulos, oretanos y bastetanos, siendo los primeros los asentados en nuestro territorio, continuadores de la cultura tartésica, limitaban al este con los oretanos, por el sur con los bástulos, establecidos en el litoral, y con los célticos instalados en la serranía de Ronda; por occidente se internaban en los reinos de Córdoba y Sevilla. Los túrdulos destacaron por su importante cultura y riqueza. Desarrollaron ciudades, el uso de la moneda, el hierro, el torno de alfarero, el comercio, etc. Estructuraron la lengua por principios gramaticales. Poseían literatura y una incipiente historia -leyendas que llevaban su origen a una gran antigüedad-. Es claro que no participaron de las costumbres bárbaras que los antiguos escritores describen de los pueblos hispanos. Se dedicaron a la agricultura y al pastoreo, al cultivo de la vid y del olivo y dominaron entre los siglos V y III a. d. C. El comercio fue practicado entre la vega de Granada y la costa.
      Las fuentes relativas a los antiguos pueblos de la Península Ibérica son abundantes. Desde los autores clásicos como Avieno, Hecateo de Mileto, Herodoto, etc., que denominan a los pueblos del sur peninsular como tartesios, pasando por otros, que se refieren a ellos como túrdulos (Polibio, Eforo, Artemidoro, Estrabón, Asclepiades, etc.).
      Los restos arqueológicos más antiguos de Granada datan de mediados del siglo VII a.C. En el siglo IV o III a.C. pasó Granada a ser denominada como IliberriIlíberis, obteniendo de César el nombre de Municipium Florentinum Iliberitanum, citada en adelante como Florentia. Coetáneos fueron los yacimientos del Cerro de la Encina, en Monachil, del Cerro de los Infantes, en Pinos Puente, fechado entre el 800 y el 700 a. C., el posterior Ilurco; el Cerro del Centinela, los Molinos (Padul), los Baños (La Malahá), La Mesa de Fornes, la Cuesta de los Chinos, en Gabia…                                                                                                           
      Los poblados ibéricos de la región. Se asentaron sobre elevaciones del terreno para una mejor defensa, transformándose posiblemente en su totalidad al ser suplantadas sus formas constructivas por cartaginesas y sobre todo romanas en el proceso de aculturación. Se localizaron restos de muros, en la Fuente del Manco, en la Umbría de los Moriscos; algunas sepulturas en los alrededo­res de Alhama, todo ello conocido desde el siglo XIX. En Moraleda, también se identificaron varios yacimien­tos: en el cortijo de Buenavista, en el Molino del Tercio, que nace hacia la primera mitad del siglo V y será abandonado a principios del siglo X, el Cerro de la Mora, etc. Dos son los asentamientos destacados: el de Las Colonias, en la Mesa de Fornes, y el de la Mesa del Baño (Iammin). En ellos, se registraron monedas íberas y romanas, cerámicas y otros útiles y artilugios. En Fornes, se catalogaron restos arquitectónicos y cerámicas ibero-fenicias, lo que evidencia la penetración del comercio fenicio desde Frigiliana hacia el interior; y en la Mesa del Baño los hallazgos arqueológicos se suceden desde el siglo XIX. Además del Cerro de la Mora en Moraleda, se excavó en la región la Mesa de Fornes.     
      La Mesa de Fornes. Forma un elevado altozano calizo, ocupando el asentamiento el extremo norte, cercado por un gran muro, como en otras fortificaciones ibéricas peninsulares. Se refirió al yacimiento, en 1964, el profesor Pellicer, adscribiéndolo al período ibero-romano, si bien Juan Antonio Pachón Romero y Javier Carrasco Rus demostraron que era mucho más antiguo; posiblemente, del Bronce Final, con una importante facies orientalizante, inserto en el ámbito colonial fenicio del Mediterráneo. Así, se ha de considerar a La Mesa de Fornes como un hábitat intermedio en uno de las rutas fenicias de comunicación entre la costa y el interior, conectando los asentamientos indígenas de la cuenca del Genil (Cerro de la Mora, Cerro de los Infantes y el Albaicín). La localización de La Mesa de Fornes en la cabecera río Argar, es clave en el paso de las sierras de Alhama y Almijara, como en el control del comercio con la costa, con las factorías fenicias, centradas en la explotación de los recursos mineros locales, como el hierro. La ruta encontraba un alto en el Puerto de Frigiliana. Éste se configuraba como una vía importante junto con el paso del Puerto de Zafarraya, como se destacó en las primeras investigaciones del Instituto Arqueológico Alemán en Toscanos, desde los años sesenta del siglo XX.

     Si el yacimiento de la Mesa de Fornes es espectacular, también lo es su amurallamiento, lo que para Pachón explica las relaciones bélicas entre pobladores con las comunidades mediterráneas y la desconfianza entre indígenas y fenicios, si bien esta desconfianza sería extensible a las relaciones con la generalidad de asentamientos. Así, lo confirma una simple prospección visual de la muralla en Fornes, cuya factura apunta a una ejecución nativa, por la irregularidad y colocación del aparejo. Por tanto, la importancia del yacimiento fue destacada en la defensa y control del territorio sur-occidental granadino, también, frente a las colonias fenicias meridionales.

 (Véase del autor: Historia General de Alhama y los cinco lugares de su jurisdicción..., pp. 101 ss.).