Recopilamos aquí la información
documentada en la Historia General de Alhama y los cinco lugares de su
jurisdicción…, (Hispania, 2017, 2 vols.) para reseñar otra de las antiguas alquerías antiguas y
medievales que existieron en la comarca de Alhama de Granada.
Algar es un topónimo que figura con relativa frecuencia
en la documentación, a veces, como una alquería más. Debe corresponder con un
espacio situado en el término de Cacín, pues con frecuencia se le nombra en la
documentación con este nombre, como Algar de Cacín, espacio dónde poseía
el capitán Hernando de Cuenca Carrillo un cortijo.
E todos los heredamientos e tierras e casas que nos los
dichos conde e condesa avemos e tenemos e poseemos en la çibdad de Alhama e su
tierra con los lugares de Caçín y Algar y Fornes que son en término de la dicha
çibdad de Alhama, en el Arçobispado de Granada.
Cacín, Fornes y el Algar fueron
propiedad, en gran parte, del Conde de Tendilla, que las explotaba mediante
arrendatarios. Cacín, Fornes y el Algar en el siglo XVI. Fueron compradas
en gran parte por el primer Conde de Tendilla; pasaron a su propiedad, en los
orígenes de la formación del Concejo, hacia el final del siglo XV. El Conde lo reconoce en una
carta fechada el 16 de diciembre de 1512, dirigida a Antón López de Toledo: En
lo que toca a Caçín y a Fornes y Algar, si algo paga, que son mías, os pido de
graçia que trabajes que suspenda o pagadlo vos por mí.
Perteneció al Conde De Tendilla y al Capitán
Hernando de Cuenca Carrillo que, como el Conde, pedía licencia correspondiente
para cortar madera y hacer tres cuerpos de casa en su cortijo del Algar,
incendiado por los moros sublevados, y se le autorizó para cortar en la Hoz
de Cacín y pagos del Algar, en los realengos. Que estos espacios fueron
realengos, lo vemos confirmado en 1578, cuando los regidores Juan de Ágreda y
Pedro Ramos informaban sobre el encargo recibido de ver a unos carboneros del
Capitán Hernando de Cuenca, que hacían carbón de encinas en el Algar, donde
había taladas 200 encinas caudalosas y otras muchas de las pequeñas: todas
en tierra que no había sido arada ni era de Hernán Carrillo, sino que se
quedó por monte sin medir, en la medición de Pedro López de Mesa, juez de
comisión, por lo que se requiere se haga justicia, castigando conforme a las
leyes y pragmáticas reales; al mes siguiente, se volvió a confirmar que los
espacios eran realengos, por lo que se autorizó al jurado Pedro Ramos para
cortar, en el pinar de Cacín, 60 pinos carrasqueños, para hacer una casa
en el Algar de Cacín.
Otra consecuencia de la crisis
económica del último tercio del siglo XVI fue la ampliación de los pastizales
arrendados a ganaderos forasteros: meter a herbaje, para ganado menor de
cabras y ovejas el espacio comprendido en el río Cacín arriba, desde la
Angostura, hasta las vertientes de la ciudad y la mojonera de Granada, Algar,
Fornes, Arenas y Jayena.
Todo indica que en estas fechas se
respiraba un ambiente de entusiasmo por el desbroce y apropiación de los montes
públicos, en el que participó todo el que pudo. Por ello, esta dinámica no sólo
se practicó en las alquerías sino fraudulentamente en los realengos, pues, en
la inspección realizada en el Robledal, Játar y hornos de carbón que se
hicieron en Algar, en tierras del capitán Hernán Carrillo, resultaba que
las tierras roturadas eran de realengo. Y el Capitán solicitaba traspasar la
suerte, que obtuvo en Arenas, a su hijo Francisco Carrillo.
De todo ello, se infiere que El
Algar habría sido una pequeña alquería de menor entidad que las restantes,
asimilada a Cacín desde el siglo XV y, por tanto, ni ésta ni Cacín o Fornes
pertenecían al Conde de Tendilla en su integridad.
José Ventalló Vintró, en su
Viaje a la Nueva Cataluña, es bien preciso en su localización:
Descenso
hacia Játar, población del Algar. Pocos paisajes pueden verse tan hermosos
como el que se ofreció a nuestra vista, apenas abandonamos la Venta del
Fraile, del camino de Agrón. Al llegar a la cuesta de Majaroz, pudimos
contemplar una vasta llanura que riega el río de Alhama y despliega al sol los
lujosos mantos de una espléndida vegetación. Y allá, a lo lejos, en el fondo
del cuadro, asoma una negra colina do se destacan las blancas casas construidas
en Játar, que asemejan un rebaño de ovejas, y en el último término, las
caprichosas y nevadas cumbres de Sierra Tegea, para dar más singular
encanto al panorama. Descendimos, no sin la precaución de bajar de nuestras
caballerías, la empinada cuesta de Majaroz, llegando a la orilla del río, donde
levanta sus rojizos muros la torrecita de Algar, convertida en modesto
ventorrillo. Allí, nos contó el guía, que junto los muros de la vieja torre,
existen vestigios de una antigua población que se llamaba Algar y que da nombre
al río. Todo hace creer que allí hubo un pueblo más o menos grande. En diversas
excavaciones que se practicaron por aquellos alrededores, se han encontrado
cimientos de edificios, tarros antiquísimos, ladrillos, tejas y huesos humanos
esparcidos acá y acullá.
La
posición que hubo de ocupar el pueblo era excelente; a la orilla del río, en
una inmensa llanura circular, llena de exuberante vegetación y limitada por un
espléndido horizonte de montañas.
Camino
de Arenas. Cruzamos el río de Algar, que a la sazón era bastante caudaloso,
y emprendimos el camino de Arenas, que sigue las ondulaciones del río de Játar.