La
celebración del carnaval se pierde en la historia popular de nuestras ciudades.
Responde a una celebración anterior a la cuaresma cristiana, que da
comienzo el Miércoles de Ceniza, entre febrero y marzo, y finaliza
el martes siguiente. En él se mezclan costumbres populares como disfraces,
coplas, pasacalles. Desde el principio se visiteron disfraces y máscaras. Se
expandió por Amérca, llevado por los españoles y portugueses, desde el siglo
XV. Su origen tiene marcado cariz religioso, unido a la festividad de
la Candealaria, aunque algunos historiadores lo llevan a Roma y a la misma
Babilonia. En la región alhameña, su origen puede ser tan antiguo como
las ferias y castillos de fuego, allá por los
mismos siglos XV-XVI.
La Candelaria o fiesta de la Purificación de Nuestra
Señora. Arranca de la costumbre papal con el
clero y el pueblo de pocesionar la Luz con los pies descalzos,
salmodiando y cantando antífonas, portando candelas encendidas, en
Roma, desde la iglesia de San Adrián hasta la estacional
de Santa María la Mayor, donde se celebraba misa solemne. Desde el siglo XVI, el concejo se mostraba
interesado por ganar provisión para que la justicia y el regimiento llevasen
velas a costa de propios, como era habitual en las ciudades del reino de
Granada, y se animaba a los regidores y demás personas del cabildo a su
asistencia a los actos. Se mantuvo como una fiesta tradicional y popular hasta
la guerra civil y postguerra, momento en el que fue languideciendo poco a poco.
Una procesión por las principales calles de la ciudad (cuyo itinerario varió
según las épocas) y las candelas, antiguas hachas de cera encendidas, que
fueron proliferando y generalizándose como hogueras en la población y sus
contornos (aldeas y cortijos), con innovaciones añadidas que incrementaban la
diversión y el entusiasmo de los concurrentes, como mecedores en los
balcones de las calles. Se conservan en la memoria popular
numerosas canciones de la Candelaria.
El Carnaval. Sufrió los altibajos propios de la vida
política del país, padeciendo una pronunciada decadencia en la postguerra, si
bien nunca llegó a desaparecer. Animado con las tradicionales comparsas, los
vecinos se enmascaraban de maneras diversas, por momentos dejando entrever
complejos subconscientes, a veces con maneras grotescas, otras soeces, y la
generalidad simpáticas y divertidas; pero fue tradicional igualmente la pobreza
del disfraz, si se tuviese que resaltar una sola característica, a base de
prendas de vestir viejas en desuso o muy deterioradas, lo que dejaba entrever
la débil economía popular, circunstancia que ha cambiado en nuestros días, en
los que se va produciendo un lucimiento mayor en los vestidos carnavalescos.
Todo acompañado de coplas graciosas de carácter satírico relativas a problemas
o personajes del momento, deteniéndose no pocas veces en el plano vecinal. En
resumen, una fiesta que facilitaba la participación de todos sin ningún
esfuerzo económico, circunstancia que le confiere evidentemente el rango y el
carácter de popular.
Pero la primera referencia con la que no hemos encontrado es
relativa al siglo XIX, con la celebración de la boda Alfonso XII y
María de las Mercedes. El enlace tuvo lugar el 23 de enero de 1878.
Cuando ocupaba la alcaldía alhameña Julián María Lafarga, que informaba del
enlace a principios de enero. La noticia se recibía con similar regocijo al que
ya vimos en las centurias precedentes; también, con la misma escasez de fondos.
Terminó la sesión con vivas al rey y a la futura reina. Los actos festivos
dieron comienzo a las 12 del día 23 de enero, con el Te Deum tradicional,
en la Parroquial, con asistencia de la corporación municipal, demás autoridades
y numeroso concurso vecinal; acto seguido, el Ayuntamiento repartía 1.500 bonos
de pan de dos libras entre los pobres, que sufrían la secular falta de trabajo.
Inmediatamente, en la sala capitular, una sesión extraordinaria redactaba la
correspondiente felicitación a los reyes por el fausto suceso
matrimonial: Que embarga de júbilo y entusiasmo a la Nación entera, que
afianza y consolida el trono y las instituciones representativas, que
felizmente nos rigen. Se realizaron concursos diversos como las
tradicionales cucañas. Los días 24 y 25 de enero, máscaras publicas, para lo
que la Corporación destino 655,62 pts. Es esta la primera referencia
documental, por el momento al carnaval de Alhama.
Tras la guerra civil, no fue promocionado por el régimen en
evitación de revanchas de antaño, como confirma el comentario que incorporamos
de Ideal, sin embargo fue tolerado durante toda la dictadura. A
pesar de la prohibición, nunca dejó de celebrarse, como confirma la memoria
popular. A ello se refiere Rafael Ortigosa Camacho, cuando en los primeros
momentos de la postguerra, la petición para su celebración surgía del alcalde
de Alhama al Comandante de puesto de la guardia civil Díaz Carmona.
Tras el visto bueno y dar comienzo su celebración, se llegó al extremo de que
una de las máscaras hizo varios gestos burlescos al Comandante, que procedía de
inmediato a la disolución de la fiesta, objetivo que no consiguió. De esta
forma, año tras año se interpretaba un curioso juego de persecución
entre la fuerza y los vecinos vestidos de máscara, dejando éstos las
puertas de sus casas abiertas para que en caso de apuro en la persecución las
máscaras se pudieran introducir en ellas y escapar de la fuerza pública: un contubernio
curioso entre vecinos solidarios y Guardia Civil, que sin duda miraba hacia
otro lado, sin que llegase a más la celebración. Que tal es lo que perdura en
la memoria popular.